La obesidad es una enfermedad crónica y multifactorial, que afecta a una gran proporción de la población, abarcando todas las edades de la vida y a ambos sexos y condiciones sociales. La obesidad es la consecuencia última de un desequilibrio entre la ingesta calórica y la actividad física, definiendo un exceso de grasa corporal almacenada en el tejido adiposo, lo que implica un aumento patológico.

Durante esta entrada, me gustaría poder acercaros el concepto de esta enfermedad y las posibles soluciones que existen para rectificarla y/o prevenirla, puesto que la obesidad constituye uno de los mayores problemas relacionados con la salud que existen actualmente, puesto que representa el punto a partir del cual, los riesgos para la salud comienzan a aumentar y la esperanza y calidad de vida se reducen notoriamente.

Teniendo en cuenta que este tema ya ha sido tratado en este blog  por un profesional de la actividad física, ahora como profesional de la nutrición que soy, quiero daros otra visión del tema, para que podáis construiros vuestro mapa mental del problema.

La obesidad se trata de un exceso de grasa, cuyos valores de referencia aceptables, se sitúan en torno a un 20% para los hombres (25-30%) y un 30% para las mujeres (30-35%). Es muy importante que esta grasa sepamos donde se encuentra, puesto que de ello dependerá el desarrollo de numerosas enfermedades que desencadenan de este exceso de grasa.

La grasa de nuestro cuerpo se puede distribuir en la zona subcutánea o a nivel visceral, estando esta distribución condicionada por factores genéticos y hormonales. En el caso del hombre, anciano de ambos sexos y del obeso, la grasa tiende a acumularse en la zona visceral, a diferencia de la mujer, el joven y el individuo no obeso. Esta diferente distribución lleva consigo determinadas repercusiones metabólicas que conducen o no a la enfermedad, de tal modo que existe una estrecha relación entre la cantidad de grasa visceral y los riesgos de salud asociados a la obesidad. Esto se debe a que el tejido adiposo visceral se encuentra más irrigado que el subcutáneo y metabólicamente es también mucho más activo, presentando normalmente una mayor capacidad de producción e incluso de liberación de las distintas adipocitokinas.

En los últimos años se ha observado que el metabolismo de la grasa abdominal o visceral y la periférica es distinto. La diferente distribución en el almacenamiento de la grasa en el cuerpo podría jugar un papel importante en el riesgo de sufrir ciertas patologías.

Se pueden catalogar a los obesos según la presencia de grasa predominantemente a nivel abdominal o glúteofemoral.

  • ANDROIDE (abdominal, central o troncular):
  1. Más frecuente en varones.
  2. La grasa se acumula alrededor de la cintura.
  3. La grasa está compuesta por: grasa subcutánea y grasa previsceral (mayor transcendencia pronostica).
  4. Alta relación con enfermedades metabólicas (por ejemplo, diabetes tipo 2).
  5. Buena respuesta a dietas hipocalóricas.
  • GINOIDE (glúteo-femoral o periférica):
  1. Más frecuente en mujeres.
  2. La grasa se acumula a nivel de caderas y muslos, siendo mucho menor la que se acumula a nivel perivisceral.
  3. Baja relación con enfermedades metabólicas y bajo riesgo cardiovascular.
  4. Mala respuesta a dietas hipocalóricas.

El mecanismo fundamental en la generación de obesidad es el desbalance entre la ingesta calórica y el gasto energético. Esta simple ecuación  está sometida a múltiples factores incluyendo los hormonales, genéticos, raciales y socioculturales. El balance energético se basa en un sistema de retroalimentación con el objetivo de mantener los depósitos energéticos estables; en este sentido, juega un papel importante ciertos mecanismos, como los hormonales del tejido adiposo y del tracto gastrointestinal, como también influyen los de tipo neuronal (mediados por el nervio vago). Cuando los alimentos llegan al tubo digestivo, este envía mensajes al sistema nerviosos central, el cual controla la saciedad y regula el comportamiento alimentario a corto plazo, es decir, el inicio, el mantenimiento y la finalización de la ingesta.

El tratamiento de esta enfermedad, se basa en un principio universal: en la primera ley de la termodinámica: la energía ni se crea ni se destruye, sólo se transforma; es decir, la obesidad es energía acumulada, por lo que la única manera de eliminarla es quemándola.

Dentro del tratamiento para la obesidad, la disminución de la ingesta energética y el aumento de la actividad física son la base del tratamiento. El objetivo inicial es conseguir una pérdida de peso de alrededor un 10% que conduce a una mejora metabólica y clínica evidente (a veces esa mejora se produce incluso con una pérdida de un 5%), sin intentar alcanzar un supuesto peso ideal que es prácticamente imposible de alcanzar. Perseguir un ‘peso ideal’ como objetivo del tratamiento, en especial en personas que presentan una gran obesidad o que hace años que se encuentran con un peso alejado del recomendado, conduce a:

  1. Variaciones frecuentes de peso.
  2. Beneficios con pérdidas de 5-10 Kg.
  3. Existen respuestas fisiológicas que limitan la pérdida de peso.
  4. Las dietas muy restrictivas no son saludables.
  5. Los fracasos llevan a pérdidas de autoestima y depresión.
  6. Muchos pacientes no pierden peso a partir de las 12-16 semanas.

Si se consigue una reducción significativa del peso, incluso moderada, esta se asocia a importantes beneficios en términos de salud y calidad de vida, ayudando a controlar otras enfermedades asociadas, incluso a disminuir la probabilidad de la aparición de las mismas. Esta disminución del riesgo se produce a diferentes niveles:

  1. Metabolismo de los hidratos de carbono: las pérdidas de peso producen un descenso en los niveles de glucemia en pacientes obesos no diabéticos y en los valores de hemoglobina en aquellos con diabetes tipo 2, mejorando la sensibilidad a la insulina. Los cambios en el estilo de vida (cambios en la alimentación y práctica de ejercicio físico), producen una pérdida de peso ligera, alrededor del 5 al 10% del peso inicial, reduciendo la aparición de diabetes hasta en un 58% en pacientes con intolerancia a los hidratos de carbono.
  2.  Metabolismo lipídico: la mayoría de los estudios han demostrado que la pérdida de peso se asocia con la reducción de la concentración de triglicéridos, colesterol total, colesterol LDL y con el aumento de HDL colesterol. Por cada kilogramo, se estima que se produce una pérdida del 1% de colesterol total y del LDL colesterol, un aumento del 1% del HDL colesterol y una reducción del 3% de las concentraciones de triglicéridos.
  3. Hipertensión arterial: se ha demostrado que la pérdida de peso se asocia con una bajada de las cifras de presión arterial y/o la disminución de las necesidades de medicación antihipertensiva en paciente con tensión alta. Se estima que aproximadamente la pérdida de un kilogramo de peso provoca una reducción de las cifras de presión arterial entre 0,3 y 1mmHG y algunos estudios, incluso han relacionado estos descensos con al disminución de grasa abdominal. En este sentido, la pérdida de peso como parte del tratamiento de pacientes con sobrepeso u obesidad e hipertensión arterial, es un pilar fundamental, encontrándose así recogido en las diferentes guías.
  4. Enfermedad cardiovascular: el estudio de Framingham Offspring Study, indica que una pérdida de peso de tan solo 2,5 Kg mantenida 16 años, se asocia con una reducción de la suma de factores de riesgo cardiovascular de entre un 40 y un 48% en mujeres y varones respectivamente.

A estas alturas del tema, me imagino que os estaréis preguntando cómo podemos llevar a cabo estas pérdidas de peso, para así poder gozar de una salud óptima que os permita evitar numerosas enfermedades. Pues bien, el objetivo del tratamiento, como os podréis imaginar, va encaminado a la pérdida de peso, para ello se abordarán dos puntos fundamentalmente:

  1. Plan de alimentación: La restricción calórica busca como objetivo un balance energético negativo con el fin de reducir el exceso de triglicéridos existentes en el tejido adiposo. Se recomienda realizar una restricción de 500 a 1000 Kcal  /día, lo que se traduce en una pérdida poderla de 0,5 a 1 Kg/sermana a lo largo de 6 meses. Esta restricción no debería comportar un aporte calórico menor de 1000-1200 Kcal/día en mujeres y de 1200-1600 Kcal/día en hombres.

     

  2. Plan de actividad física: Se entiende por actividad física, el conjunto de los movimientos realizados por un individuo durante todo un día, que incluye las labores cotidianas y la práctica de ejercicio. La actividad física es un complemento al plan de alimentación ya que, aunque son incuestionables sus efectos beneficiosos sobre el riesgo cardiovascular y la salud en general. En este contexto, la Asociación Internacional para el Estudio de la Obesidad (IASO) hace dos recomendaciones independientes: la primera es la de alcanzar entre 45 y 60 minutos de actividad física diariamente por los pacientes con sobrepeso para prevenir la obesidad, y la segunda, dirigidas a etapas de mantenimiento de peso, sugiere invertir de 60 a 90 minutos de actividad moderada con el fin de evitar la recuperación. El plan de actividad física debe ser individualizado, debido al sedentarismo, debe ser lento pero progresivo durante las semanas hasta alcanzar los objetivos marcados.

Me gustaría que reflexionarais sobre este gran problema que nos invade actualmente, tener unos kilos de más, no solo afecta a nuestra vista, sino que puede hacer que en un futuro, enfermedades cuyos factores de riesgo son en su mayoría modificables, afecten a nuestra salud, no pudiendo disfrutar de todas las cosas buenas que nos da la vida.

BIBLIOGRAFIA:

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